José Antonio Esteban Alpuente
Profesor de Historia del IES Jaime Gil de Biedma
Aprender
cosas es una experiencia humana tan común que muy raras veces reflexionamos acerca de lo que realmente
significa decir que hemos aprendido algo. La vida nos ofrece todos los días la posibilidad
de aprender algo nuevo, de superarnos, de adquirir nuevas capacidades o de despertar
capacidades ocultas, talentos que ni nosotros mismos creíamos tener. Lo fascinante del aprendizaje
es que éste nunca llega tarde. ¡Nunca es
tarde para aprender! No valen excusas como ¡ya no tengo edad!, ¡esto es demasiado difícil!, ¡esto no lo entiendo!
(estas últimas expresiones muy comunes entre nuestros alumnos).
Sin embargo
el aprendizaje es un proceso de gran complejidad que no siempre identificamos correctamente sobre todo cuando
se trata de nuestros hijos y alumnos. El gran psicólogo del aprendizaje Michael Domjan
define el aprendizaje como “un cambio duradero
en los mecanismos de la conducta resultado de los estímulos y respuestas que el
individuo ha experimentado con anterioridad”. ¡Por favor, que nadie se asuste!
Explico a
continuación lo que nuestro buen amigo Domjan quiere decirnos.
Siempre que
contemplamos que nuestros hijos o alumnos han aprendido algo observamos un cambio en su conducta, un cambio
en su comportamiento, la aparición de
una nueva destreza o la eliminación de un comportamiento que antes tenía lugar.
Pero esta nueva conducta debe ser
duradera para que sea considerada como aprendida. Un niño pequeño adquiere la habilidad de
atarse una zapatilla, de lavarse los dientes solo sin la ayuda de sus padres, de no tocar
los enchufes de la casa que resultan para él peligrosos, de esperar pacientemente en la
mesa a sus padres para que todos empiecen a comer etc. Pues bien, debemos tomarnos muy en
serio estos aprendizajes que requieren que
el niño realice un esfuerzo intelectual y emocional similar al que un
adolescente debe realizar para aprender
la Física y Química, las Matemáticas o la Historia.
¿Y qué
significa que el aprendizaje implique necesariamente un cambio en los mecanismos de la conducta? Pues que a veces
aprendemos algo y hay circunstancias que
nos impiden demostrar a los demás que realmente lo hemos aprendido. Os pongo el
siguiente ejemplo: la acción de cocinar.
Supongamos
el caso de una madre o un padre que son grandes y expertos cocineros. Les fascina la cocina, son capaces de memorizar
muchísimas recetas, combinan magistralmente
los alimentos y conocen las propiedades nutricionales de cada uno de ellos. Es decir, son unos auténticos Ferrán
Adriá o Carlos Arguiñano de la cocina. Un buen día uno de ellos nos invita a comer en su
casa y para nuestra sorpresa la comida que
nos ofrecen son unos simples huevos fritos, algo no muy complicado de realizar para alguien que tiene unos mínimos
conocimientos culinarios. ¿Qué ha pasado aquí?
¡Muy
sencillo! No es lo mismo aprender algo que ejecutar lo que hemos aprendido. Y es que ejecutar lo aprendido depende de muchísimas
cosas: del estado anímico en el que nos
encontremos, de nuestra motivación, de nuestro nerviosismo, ansiedad, de las expectativas de beneficio que tengamos, del día
que hayamos tenido, del grado de felicidad o de tristeza que tengamos en ese
momento. No siempre podemos obtener evidencia
del aprendizaje que hemos realizado. Un ejemplo nos puede servir de ayuda.
Hace unos años
una de mis mejores alumnas, superestudiosa, muy comprometida con la asignatura y atenta en clase, realizó uno de
mis exámenes y para mi sorpresa no obtuvo la calificación que cabría esperar conforme a
su esfuerzo y a sus capacidades. ¿Qué ocurrió?
Su ansia por sacar una excelente calificación, su obsesión por el perfeccionismo, por no defraudarse a sí misma,
por el temor a que en casa su familia quedase
decepcionada por no haber alcanzado las notas de siempre etc., generó en la alumna un estado de ansiedad que le impidió
rendir conforme al aprendizaje que había realizado. Y es que en esto de la enseñanza el
estado emocional, afectivo y sentimental de nuestros adolescentes es determinante en su
aprendizaje. ¿La receta para nosotros como
educadores y padres? Que ellos siempre tengan en mente que pueden contar con nuestra ayuda. Y algo que los filósofos
griegos interpretaban como la virtud más valiosa de las personas más sabias. No os cuento nada
que no sepamos. ¡Efectivamente! ¡ se trata
de la paciencia!.
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