viernes, 13 de diciembre de 2013

EL APRENDIZAJE EN NUESTROS ADOLESCENTES


José Antonio Esteban Alpuente 
Profesor de Historia del IES Jaime Gil de Biedma 


Aprender cosas es una experiencia humana tan común que muy raras veces  reflexionamos acerca de lo que realmente significa decir que hemos aprendido algo. La  vida nos ofrece todos los días la posibilidad de aprender algo nuevo, de superarnos, de  adquirir nuevas capacidades o de despertar capacidades ocultas, talentos que ni nosotros  mismos creíamos tener. Lo fascinante del aprendizaje es que éste nunca llega tarde.  ¡Nunca es tarde para aprender! No valen excusas como ¡ya no tengo edad!, ¡esto es  demasiado difícil!, ¡esto no lo entiendo! (estas últimas expresiones muy comunes entre  nuestros alumnos).

Sin embargo el aprendizaje es un proceso de gran complejidad que no siempre  identificamos correctamente sobre todo cuando se trata de nuestros hijos y alumnos. El  gran psicólogo del aprendizaje Michael Domjan define el aprendizaje como “un cambio  duradero en los mecanismos de la conducta resultado de los estímulos y respuestas que el individuo ha experimentado con anterioridad”. ¡Por favor, que nadie se asuste!

Explico a continuación lo que nuestro buen amigo Domjan quiere decirnos.

Siempre que contemplamos que nuestros hijos o alumnos han aprendido algo  observamos un cambio en su conducta, un cambio en su comportamiento, la aparición  de una nueva destreza o la eliminación de un comportamiento que antes tenía lugar.  Pero esta nueva conducta debe ser duradera para que sea considerada como aprendida.  Un niño pequeño adquiere la habilidad de atarse una zapatilla, de lavarse los dientes  solo sin la ayuda de sus padres, de no tocar los enchufes de la casa que resultan para él  peligrosos, de esperar pacientemente en la mesa a sus padres para que todos empiecen a  comer etc. Pues bien, debemos tomarnos muy en serio estos aprendizajes que requieren  que el niño realice un esfuerzo intelectual y emocional similar al que un adolescente  debe realizar para aprender la Física y Química, las Matemáticas o la Historia.

¿Y qué significa que el aprendizaje implique necesariamente un cambio en los  mecanismos de la conducta? Pues que a veces aprendemos algo y hay circunstancias  que nos impiden demostrar a los demás que realmente lo hemos aprendido. Os pongo el  siguiente ejemplo: la acción de cocinar.

Supongamos el caso de una madre o un padre que son grandes y expertos cocineros. Les  fascina la cocina, son capaces de memorizar muchísimas recetas, combinan  magistralmente los alimentos y conocen las propiedades nutricionales de cada uno de  ellos. Es decir, son unos auténticos Ferrán Adriá o Carlos Arguiñano de la cocina. Un  buen día uno de ellos nos invita a comer en su casa y para nuestra sorpresa la comida  que nos ofrecen son unos simples huevos fritos, algo no muy complicado de realizar  para alguien que tiene unos mínimos conocimientos culinarios. ¿Qué ha pasado aquí?

¡Muy sencillo! No es lo mismo aprender algo que ejecutar lo que hemos aprendido. Y  es que ejecutar lo aprendido depende de muchísimas cosas: del estado anímico en el que  nos encontremos, de nuestra motivación, de nuestro nerviosismo, ansiedad, de las  expectativas de beneficio que tengamos, del día que hayamos tenido, del grado de felicidad o de tristeza que tengamos en ese momento. No siempre podemos obtener  evidencia del aprendizaje que hemos realizado. Un ejemplo nos puede servir de ayuda.

Hace unos años una de mis mejores alumnas, superestudiosa, muy comprometida con la  asignatura y atenta en clase, realizó uno de mis exámenes y para mi sorpresa no obtuvo  la calificación que cabría esperar conforme a su esfuerzo y a sus capacidades. ¿Qué  ocurrió? Su ansia por sacar una excelente calificación, su obsesión por el  perfeccionismo, por no defraudarse a sí misma, por el temor a que en casa su familia  quedase decepcionada por no haber alcanzado las notas de siempre etc., generó en la  alumna un estado de ansiedad que le impidió rendir conforme al aprendizaje que había  realizado. Y es que en esto de la enseñanza el estado emocional, afectivo y sentimental  de nuestros adolescentes es determinante en su aprendizaje. ¿La receta para nosotros  como educadores y padres? Que ellos siempre tengan en mente que pueden contar con  nuestra ayuda. Y algo que los filósofos griegos interpretaban como la virtud más valiosa  de las personas más sabias. No os cuento nada que no sepamos. ¡Efectivamente! ¡ se  trata de la paciencia!.

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